El 12 de octubre de 1492, viernes
por la noche, Cristóbal Colón continuaba penetrando el horizonte cuando a las
dos de la madrugada un cañonazo disparado desde La Pinta retumbó en el espacio.
Aquel retumbar que alborozó a la
desconcertada tripulación era la continuación del grito ¡Tierra! de Rodrigo de
Triana anunciando el nacimiento de la América India.
Allí estaba, a seis millas de
distancia, la que sería después como una vírgen violada por el bauprés de las
barcas.
Mientras llegaba la aurora las tres
barcas se prepararon y se pusieron al pairo.
La tripulación oró, cantó y comenzó a darle rienda suelta a la
imaginación hasta ya al amanecer cuando la luz del trópico descubrió el inmenso
escenario paradisíaco en donde seguidamente cayeron de rodillas el Almirante,
los hermanos Pinzón y la marinería, aferrados todos a los estandartes de
Castilla.
Húmeda quedó la arena con las
lágrimas agradecidas de los nautas, pero los primitivos de la región exótica
retrocedían ante aquellos que parecían alados caídos del cielo. Luego se avinieron en su lenguaje gestual y
canjearon frutos y artesanías de la selva por baratijas. Colón siguió navegando y descubrió otras islas
que hoy se llaman Cuba y Haití. Se llevó
como testimonio de aquel viaje varios ejemplares tribales. Regresó a principios del año siguiente con
buen viento aunque sin lastre. Dejaba
definitivamente abierta la ruta hacia occidente y ante los ojos del viejo mundo
un nuevo y poderoso continente.
Realizó Colón más tarde un segundo
viaje en el que reconoció las Antillas Menores, las islas de sotavento y volvió
a tocar en Haití donde su hermano fundó a Santo Domingo. Exploró las costas de Jamaica y Puerto
Rico. En un tercer viaje descubrió a
Trinidad y Venezuela. Vio por primera
vez al Orinoco y llegó a confundirlo con el Ganges y tal vez con un río del
Paraíso. De regreso volvió a desembarcar
en Haití, pero allí los nuevos expedicionarios nada querían con el Dios que le
había abierto los camino, de manera que lo encerraron y lleno de cadenas lo
humillaron y así lo retornaron a su punto de partida. En su cuarto y último viaje descubrió las
costas de Veraguas y ya de vuelta y anclado en España para siempre, se vio
despreciado por el Rey Fernando, quien lo
dejó morir de pena y sumido en la mayor miseria.
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