martes, 28 de mayo de 2013

Decapitado Sir Walter Raleigh


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            El 29 de octubre de 1618 fue decapitado en Londres Sir Water Raleigh por haber incendiado a Santo Tomás de la Guayana y dado muerte en una sangrienta escaramuza al gobernador don Palomeque de Acuña.
            Testigo increíble de aquel acontecimiento que repercutió en el mundo fue Cristóbal Uayacundo, un indio que Raleigh se había llevado como parte del botín.
            Pero Raleigh directamente no quemó a Santo Tomás de Guayana sino su enviado Lorenzo Keymis, quien se volaría los sesos de un pistoletazo cuando el caballero inglés que por quebrantos de salud se había quedado en Trinidad, le reclamó airadamente el suceso donde también había muerto su hijo Wat.
            La quema de Santo Tomás de la Guayana, la muerte de su hijo Wat y el suicidio de Keymis, sellaron el fracaso de la última expedición de Sir Water Raleigh al Nuevo Mundo en busca del fantástico Dorado que desveló a toda una legión de conquistadores.
            Esta última y desgraciada expedición la emprendió el militar y caballero inglés tras haber permanecido durante tres años prisionero en la famosa Torre de Londres acusado de conspirar contra su Majestad el Rey Jacobo Primero sucesor de Isabel, la Reina Virgen, que tanto favores hizo a Raleigh.  El monarca le conmutó la pena de muerte y recobrada su libertad se vino al Nuevo Mundo en busca de territorios y riquezas para el Imperio, pero traía una advertencia:  No debía tocar ni meterse con las posesiones de España, país con el cual Inglaterra deseaba fortalecer y mantener sus relaciones.  Pero he aquí que Raleigh violó esta orden real y al regresar a su patria se le condenó a muerte.
            Tenía 66 años cuando fue decapitado.  De nada le valieron sus múltiples actividades de soldado del reino, aventurado de los mares, explorador de Terranova, de la costa oriental norteamericana, sus luchas contra la invencible armada española que protegía  posesiones en América, su condición de hombre galante, escritor, poeta y favorito de la Reina.  Murió irremisiblemente y de él se escribió que estando de pie en el patíbulo le pidió a su  Verdugo le dejase ver el instrumento con el que cortaría su cabeza:  “Permítame verlo.  Crees que tengo miedo?” dicen que dijo y el verdugo le entregó el hacha cuyo filo acarició con estas palabras:  “H e aquí una medicina fuerte pero que vence todas las enfermedades”.
- ¿Y de qué lado os provoca recostar la cabeza Sir?

- Si el corazón está bien puesto nada importa el lado en que esté colocada - respondió el poeta. 

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