viernes, 24 de mayo de 2013

Santander desterrado


            El 10 de noviembre de 1828 el Consejo de Gobierno de la Gran Colombia conmutó a Santander la pena de muerte por el destierro.

            Al general Francisco de Paula Santander se le había encontrado culpable al igual que numerosos oficiales por el frustrado atentado ocurrido el 25 de septiembre contra la vida del Libertador.  Catorce de esos oficiales, entre ellos, los comandantes Padilla y Silva, el coronel Ramón Guerra y el catedrático Azuero habían sido ejecutados el 2 de  octubre del mismo año.  Al venezolano Pedro Carujo se le perdonó entonces por haber delatado a todos los implicados en la conspiración.  El granadino Vargas Tejada se fugó de Bogotá y pereció ahogado al tratar de pasar un río.  A Florentino González y a otros cuatro oficiales de menor rango se les condenó a presidio temporal y dos días después de la conmutación de la pena a Santander, el Libertador indultó a los que se hallaban aún prófugos.
            El Libertador, un día antes había escrito al general Pedro Briceño Méndez:  “Pienso perdonar a todos los demás miserables, si se le conmuta la pena a Santander; así porque entonces sería justo, como porque parece que ya debemos ser clementes”.
            Seis días más tarde a la fecha del indulto, el Libertador volverá a escribir al general Briceño Méndez y a Páez y al referirse al mismo tema dirá:  “Mi existencia ha quedado en el aire con este indulto, y la Colombia se ha perdido para siempre.  Yo no he podido decir el dictamen del consejo con respecto a un enemigo público, cuyo castigo se habría reputado por venganza cruel.  Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar, de Padilla y de los demás que han perecido por la misma causa:  en adelante no habrá más justicia para castigar al más feroz asesino, porque la vida de Santander es el perdón de las demás impunidades más escambrosas.  Lo peor es que mañana le darán el indulto y volverá a hacer la guerra a todos mis amigos y a favorecer a mis enemigos.  Su crimen se purificará en el crisol de la anarquía, pero lo que más me  atormenta todavía es el justo clamor con que se quejarán los de la clase de Piar y de Padilla.  Dirán, con sobrada justicia, que yo no he sido débil sino a favor de ese infame blanco que no tenía los servicios de aquellos famosos servidores de la patria”.


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