El 26 de noviembre de 1825 Bolívar
escribe desde Plata a su amante Manuela Sáenz para decirle: “Mi amor:
Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta, es muy bonita la que
me ha entregado Salazar. El estilo de
ella es un mérito capaz de hacerte adorar por tu espíritu admirable. Lo que me dices de tu marido es doloroso y
grandioso a la vez. Deseo verte libre
pero inocente, justamente porque no puedo soportar la idea de ser el robador de
un corazón que fue virtuoso, y no lo es por mi culpa. No se como hacer para conciliar mi dicha y la
tuya, con tu deber y el mío, no se cortar este nudo que Alejandro con su espada
no haría más que intrincar más y más; pues no se trata de espada ni de fuerza,
sino de amor puro y de amor culpable, de haber y de falta, de mi amor, en fin,
con Manuela la bella”
Esta carta breve revela el problema
que angustia al Libertador por haberse enamorado de una mujer casada y que a la vez afecta a ella por resistirse al
sacrificio del amor en aras de la fidelidad conyugal y la conveniencia social.
Los amores de Bolívar con Manuelita
Sáenz, comienzan cuando éste, el Libertador, hace su entrada triunfal a Quito
en medio de la alegría y el entusiasmo popular.
Entonces Manuelita Sáenz, desde un balcón adornado con flores y
guirnaldas, lanza una corona de laureles a las manos del Libertador y éste
emocionado exclama sobre su corcel:
“¿qué mano de Reina me ha coronado?”.
Manuelita era hija de Simón Sáenz de
Vergoras, español realista, y Rosana Vélix Alfaro, patriota muy criolla que
perdió la vida en una emboscada cuando Manuela apenas tenía once años. La niña contó una vez a un soldado
combatiente que pidió descansar en su casa que “Yo he visto en sueños a un
hombre de mirada de fuego, de rasgos finamente esculpidos, de gestos
firmes, cabalgando en un caballo blanco
que parecía tener alas, alcanzaba a los astros, destruía las fronteras,
liberaba los nobles; la frente nimbada
por el rayo y dorada por la gloria, comandaba las multitudes reunidas que lo
aclamaban, el se inclinó hacia mí para abrazarme con efusión”. Ese hombre de sus sueños de joven era
Bolívar, el Libertador, a quien siguió abandonando hogar y esposo, hasta los
propicios días de su muerte, la que supo lejos de Santa Marta. Entonces, enloquecida, se hizo morder de una
serpiente, pero salvada por Jonatás, terminó en un convento de monjas.
Las cartas de El Libertador y de Manuelita Saenz, llenas de amor y pasión merecen nuestra atención para leerlas, analizarlas y vivir con ellas los sentimientos naturales del hombre y de la mujer, enamorados.
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