No sólo los hombres lucharon en la guerra de la
emancipación venezolana. También a su
manera, pero con igual fervor patriótico, las mujeres, llegando muchas de ellas
por su comportamiento y acción al martirio y al heroísmo.
Absorbida plenamente por el proceso
independentista, la mujer estuvo presente, alerta y activa en los momentos
difíciles, sobresalientemente, las esposas, novias o amigas de los oficiales
patriotas. Contra ellas los realistas en
armas no cesaron en descargar la furia de su impotencia.
Jesefa
Joaquina Sánchez, guaireña, esposa de José María España, sufrió privación
de sus derechos. Estuvo prisionera
durante ocho años y confinada finalmente en un lugar distante de su suelo
natal, por inducir al levantamiento de esclavos y negarse a delatar a su esposo
que al final morirá colgado en la
Plaza de Caracas.
Eulalia
Ramos Sánchez, erróneamente llamada Eulalia Buroz, nativa de Tacarigua de
Mamporal, esposa del coronel Chamberlain, edecán de Bolívar, prefirió el suicidio
y ser arrastrada a la cola de un caballo, antes que aceptar la propuesta de un
oficial realista en la
Casa Fuerte (1816), de salvarle la vida si decía ante el
cuerpo fusilado de su marido: “Viva
España, mueran los patriotas”.
Luisa
Cáceres, caraqueña, esposa del general margariteño Juan Bautista Arismendi,
presa en el Castillo de Santa Rosa, días antes de dar a luz, y expulsada a
España tras negarse a delatar a su esposo.
Juana
Ramírez, humilde mujer de Chaguaramas
que se ganaba la vida lavando ropas, se puso a la cabeza de un grupo de mujeres
de su temple para curar las heridas de
los caídos durante la Batalla
de Maturín en 1813. Al final cavó
trincheras y disparó los cañones que abandonaron los artilleros muertos.
Teresa Heredia, nacida en Villa de Ospino en 1787, costurera bella y atractiva, presa y expulsada del país por
servir de correo a los patriotas, pero antes el
gobernador de Valencia, la
desnudó, baño en miel, la emplumó y luego la hizo pasear por las calles de la
ciudad.
Ana
María Campos, zuliana de los puertos de Altagracia, sucumbió bajo el látigo
de un negro africano, mientras desnuda iba sobre un burro por las calles de la
ciudad. Fue el castigo que le impuso el
capitán Francisco Tomás Morales, gobernador realista de Maracaibo, por permitir
reuniones clandestinas de los patriotas en su casa y decirle en su propia cara
al gobernante: “Si Morales no capitula,
monda”. Es decir si no abandonas la
ciudad de todas maneras estarás perdido.
Cecilia
Mujica, de San Felipe, El Fuerte, en 1813 fue colgada de la rama de un
zunzun en el camino de Cocorote, por pertenecer junto con su prometido Henrique
de Villalonga a un Comité Revolucionario. Antes
de morir envió a
su novio, también prisionero,
una madeja de sus cabellos y el anillo de
compromiso con este
mensaje: “...te he devuelto esta
joya, contrato de nuestras nupcias para que la conserves como el último
recuerdo de la mujer que no tiene la fortuna de ir a tus brazos, pero sí la
gloria de inmolarse por la libertad de nuestra patria”.
Consuelo
Fernández, nativa de Villa de Cura, murió a los 17 años abrazada junto con
su anciano padre, bajo descarga de fusilería, por ser patriota activa y
resistirse al matrimonio con un oficial realista de la plaza que había pedido su
mano (1814).
Luisa
Arrambide, guaireña, cortejada pro
Bolívar, dio cabida en su casa a las tertulias de los patriotas e intelectuales
caraqueños que conspiraban contra el
sistema colonial y ello le costo la humillación y la tortura. En la que es Plaza Capuchinos de Caracas, fue
desnudada y montada en lo alto de un cañón y flagelada con horrible
sadismo. Exiliada después murió a los 28 años en Puerto Rico.
Josefa
Camejo, falconiana, sobrina de
Monseñor Talavera y Garcés, Obispo de la Diócesis de Guayana, se
puso al frente de 300 esclavos para intentar desalojar a los realistas de Coro
y el 3 de marzo de 1821 le tocó leer el manifiesto que declaraba libre la Provincia de Falcón.
María
del Carmen Ramírez, trujillana, que puso a disposición de la causa de
independencia todos sus bienes y fortuna.
En una de sus casas se reunió el Congreso de Cúcuta una vez que dejó de funcionar en
Angostura. Fue prisionera de los realistas en Bailadores y rescatada más tarde
por un piquete de Caballería enviado por el Libertador desde Pamplona.
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