El 8 de noviembre de 1828, el Libertador en su carácter
de Dictador de la Gran
Colombia , dictó un decreto prohibiendo las sociedades
secretas, entre ellas, la masonería, por considerar que las mismas se habían
convertido en focos de conspiración contra la integridad de la república.
El Libertador contó de antemano con el apoyo irrestricto
de la iglesia Católica que veía en la masonería un enemigo solapado del
catolismo y de la forma como los sacerdotes ejercían su apostolado. El general Francisco de Paula Santander era
virtualmente la figura principal de las sociedades secretas y en el seno de
estas se habrían gestado los planes que terminaron con el frustrado atentado
contra el Libertador el 25 de septiembre, en Bogotá.
El decreto tomando medidas dictatoriales adversas a la
masonería y otras sociedades
secretas del liberalismo
santanderista, establecía multas o penas de prisión no sólo para los que
asistieran a ellas sino también a cuantos les facilitaran su organización, actividades
y reuniones.
Como
las medidas eran obligatorias para todas las provincias, el Intendente de
Cundinamarca no vaciló en emitir un decreto similar el 5 de diciembre
disponiendo juzgar como conspiradores a todos los que se reunieran en
sociedades de esta índole, proporcionaren local
para éstas y los que, sabedores del hecho, no dieren parte a la Intendencia. El decreto de Cundinamarca
asimismo declara "perturbadores del orden público a los que divulguen
especies y rumores alarmantes quedando,
por consiguiente, suprimida la libertad de imprenta y sospechosos los que anden
por las calles con armas, sin permiso expreso de la autoridad".
Era tal el estado de anarquía y confusión en la época
previa o inmediatamente después de la disolución de la Convención de Ocaña,
que Bolívar contra su voluntad se vio obligado a proclamar la Dictadura e ir contra
los principios que encarnaron la revolución de la independencia.
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