El 29 de octubre de 1618 fue
decapitado en Londres Sir Water Raleigh por haber incendiado a Santo Tomás de la Guayana y dado muerte en
una sangrienta escaramuza al gobernador don Palomeque de Acuña.
Testigo increíble de aquel
acontecimiento que repercutió en el mundo fue Cristóbal Uayacundo, un indio que
Raleigh se había llevado como parte del botín.
Pero Raleigh directamente no quemó a
Santo Tomás de Guayana sino su enviado Lorenzo Keymis, quien se volaría los
sesos de un pistoletazo cuando el caballero inglés que por quebrantos de salud
se había quedado en Trinidad, le reclamó airadamente el suceso donde también
había muerto su hijo Wat.
La quema de Santo Tomás de la Guayana , la muerte de su
hijo Wat y el suicidio de Keymis, sellaron el fracaso de la última expedición
de Sir Water Raleigh al Nuevo Mundo en busca del fantástico Dorado que desveló
a toda una legión de conquistadores.
Esta última y desgraciada expedición
la emprendió el militar y caballero inglés tras haber permanecido durante tres
años prisionero en la famosa Torre de Londres acusado de conspirar contra su
Majestad el Rey Jacobo Primero sucesor de Isabel, la Reina Virgen , que
tanto favores hizo a Raleigh. El monarca
le conmutó la pena de muerte y recobrada su libertad se vino al Nuevo Mundo en
busca de territorios y riquezas para el Imperio, pero traía una
advertencia: No debía tocar ni meterse
con las posesiones de España, país con el cual Inglaterra deseaba fortalecer y
mantener sus relaciones. Pero he aquí
que Raleigh violó esta orden real y al regresar a su patria se le condenó a
muerte.
Tenía 66 años cuando fue
decapitado. De nada le valieron sus
múltiples actividades de soldado del reino, aventurado de los mares, explorador
de Terranova, de la costa oriental norteamericana, sus luchas contra la
invencible armada española que protegía
posesiones en América, su condición de hombre galante, escritor, poeta y
favorito de la
Reina. Murió
irremisiblemente y de él se escribió que estando de pie en el patíbulo le pidió
a su Verdugo le dejase ver el
instrumento con el que cortaría su cabeza:
“Permítame verlo. Crees que tengo
miedo?” dicen que dijo y el verdugo le entregó el hacha cuyo filo acarició con
estas palabras: “H e aquí una medicina
fuerte pero que vence todas las enfermedades”.
-
¿Y de qué lado os provoca recostar la cabeza Sir?
-
Si el corazón está bien puesto nada importa el lado en que esté colocada -
respondió el poeta.
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