El 22 de diciembre de 1853 nació en Caracas, Teresa Carreño, considerada la más grande artista de la música universal que ha tenido Venezuela.
Era pariente de Don Simón Rodríguez
y descendiente del gran músico de la colonia Cayetano Carreño. Su padre Manuel Antonio Carreño, conocido por
su libro “Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres”, fue Ministro de la República dos veces y
también pianista como ella y a él debe la artista que la haya iniciado en la
música cuando apenas tenía tres años.
A los nueve años Teresa Carreño
ofrecía conciertos y a esa edad ya
se captaban los destellos del genio y
talento que le harían grande y famosa en los relevantes escenarios del mundo. Entonces su familia se la llevó a Estados
Unidos y en este país podemos decir que comenzó a tomar cuerpo su condición de
artista.
En el helado país del norte arreció
sus estudios y se depuró en la rigurosa
disciplina del piano. Fue discípula de
talentosos maestros y tuvo la oportunidad de conocer a grandes creadores de la
época como Rossini, Listz, Grieg, Brahms y otros. El presidente Abraham Lincoln asistió a sus
conciertos y artistas de la fotografía como Mathew Brady se deleitaron con su
expresión candorosamente sublime y llena de gracia.
Teresa Carreño fue indudablemente
una virtuosa del piano, una niña prodigio, un talento vivo y sereno en
constante actividad creadora. Asombró a
cuantos supieron de ella y de su arte durante más de medio siglo de existencia
profesional. Sin embargo, la fama le
costó un ejercicio y una disciplina sin descanso, un constante ir y venir por
los escenarios internacionales teniendo muchas veces que sacrificar el
equilibrio y la unidad familiar hasta el punto de entregar a su primera hija
Emilia al cuidado de terceros. Tuvo
cuatro matrimonios y ocho hijos, de los cuales la segunda murió al nacer y la
tercera a los 13 años. El violinista
Emile Suaret fue su primer esposo y sufrió el complejo del genio. Luego le siguieron el tenor Giovanni
Tagliapietra, el pianista Eugene D’Albert y finalmente su ex – cuñado Arturo
Tagliapietra.
En tiempos de Guzmán Blanco retornó
al país para fomentar una tradición de ópera, pero no tuvo suerte, sus planes
fracasaron y se vio obligada a viajar a los Estados Unidos lamentándose de lo
poco amable que en Venezuela habían sido con ella. Murió en 1917 prácticamente exiliada por la
incomprensión de sus conterráneos. Sus
restos fueron trasladados a Venezuela en 1938 y en 1977 inhumanos en el Panteón
Nacional.
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