El 3 de marzo de 1822, el general José de San Martín,
escribió al Libertador aconsejándole dejase a Guayaquil en libertad absoluta de
decidir sobre su propio destino.
Guayaquil y Quito son las ciudades más importantes de
Ecuador, y ambas fueron centro y nervio de la lucha por la independencia. Bolívar desde Colombia y San Martín desde
Lima coincidieron en marchar sobre esas ciudades para echar de allí a los
realistas. Mas, las tropas de San Martín debieron abandonar Guayaquil para
facilitarle a Sucre y a Bolívar todas las operaciones militares que más tarde
asegurarían en forma definitiva la independencia no solo del Ecuador sino también
del Perú del que San Martín era protector por mandato del Congreso. Pero, San Martín, siempre fue partidario de
que Guayaquil, una vez independizada, debía decidir su propio destino. En ese sentido apoyaba a José Joaquín Olmedo,
quién era contrario a la unión con Colombia.
Dos factores pugnaban en Guayaquil, una por la unión y otra por la
independencia sin ataduras.
La carta de San Martín es respondida el 22 de junio
por el Libertador y en la misma dice que el gobierno de Colombia, al igual que
el Protector del Perú, no ha querido mezclarse en Guayaquil “sino en los negocios relativos a la guerra
del continente”.
“Pero – explica el Libertador en su respuesta – al
fin, no pudieron ya tolerar el espíritu de facción, que ha retardado el éxito
de la guerra y que amenaza inundar en desorden todo el Sur de Colombia, ha
tomado definitivamente su resolución de no permitir más tiempo la existencia
anticonstitucional de una Junta, que es el azote del pueblo de Guayaquil, y no
el órgano de su voluntad. Quizás V.E. no había tenido noticia bastante
imparcial del estado de conflicto en que gime aquella provincia, porque una
docena de ambiciosos pretenden mandarla.
Diré a V.E. un solo rasgo de espantosa anarquía: no pudieron lograr los
facciosos la pluralidad en ciertas elecciones, mandaron a poner en libertad al
presidio de Guayaquil para que los nombres de estos delincuentes formaran la
preponderancia a favor de su partido.
Creo que la historia del Bajo Imperio no presenta un ejemplo más
escandaloso”.
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