El 14 de febrero de 1814 el Cabildo
eclesiástico de Caracas entregó al Libertador, mediante préstamo acordado entre
éste y el clero de la capital, un lote de alhajas que no era indispensable para
el culto y que bien se podía disponer para atender los gastos de la guerra por
la independencia.
Tales alhajas, consistentes en plata, oro y piedras
preciosas, no cumplirán el destino para del cual fueron confiadas, pues seis
meses después, José Bianchi, comandante la flotilla naval de los patriotas,
levará anclas y se fugará con ellas.
Bianchi era un comodoro de Córcega
que vino contratado por los patriotas para servir en la guerra de
independencia, pero lo tildaban de “pirata”, acaso con razón o por la forma
audaz y temeraria como derrotaba al enemigo en los mares venezolanos. Lo cierto es que lo estuvo haciendo bien
hasta que previendo la pérdida de la Segunda República
por la forma terrible como avanzaba el ejército de José Tomás Boves, optó por
alzarse con el tesoro de la
Iglesia que se le había confiado en custodia.
Bianchi, siempre tan sagaz para prever la victoria y la
derrota, supo el 26 de Agosto de 1814 que nada más tenía que buscar al lado de
los patriotas, de manera que aprovechó la coyuntura de la evacuación de
Caracas, acordada por una Junta de Guerra, para levar anclas y darse a la vela
con 104 arrobas de alhajas a bordo.
Bolívar y Mariño, avisados de lo que
ocurría, se embarcaron en el “Arrogante Guayanés” y “La Culebra ” y le dieron caza al comodoro. De buque a buque y en alta mar llegaron a un
acuerdo. Bianchi devolvió las dos
terceras partes del tesoro y con el resto estuvo rondando por las islas
antillanas y finalmente regresó a Córcega.
Mientras tanto, una versión funesta
se daba en Venezuela a lo sucedido hasta
el punto de confabularse Ribas y Piar contra el Libertador, apresarlo en
Carúpano y enviarlo al destierro junto con Mariño y otros oficiales.
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