El 9 de abril de 1842, un disparo de
arcabuz segó la vida del general Tomás de Heres, angostureño y prócer de la
independencia.
Contaba 47 años y se hallaba en
su casa natal entre las calles Libertad y Amor Patrio, en amena charla con el
Obispo de Trícala, Mariano Talavera y Garcés, cuando una explosión apagó la luz
y el cuerpo de Heres rodó por tierra con
el brazo izquierdo desprendido y ensangrentado.
Se estaba cumpliendo el segundo
mandato de Páez y el General Heres,
hombre de confianza, se desempeñaba como Comandante de Armas en Guayana.
Dos grandes partidos políticos se
disputaban el poder en Venezuela. Los
Conservadores que lo detentaban y los Liberales que hacían radical
oposición. Heres en Guayana, por
supuesto, era conservador. Los Liberales
o filántropos encabezados localmente por Dalla Costa preferían llamarlo tanto a
él como a su bando “oligarca” y “antropófago”.
Los liberales que agotaron todo un
repertorio de calificativos para condenar la administración de Heres y deformar
su imagen, protestaron el asesinato a mansalva contra este hombre que por tan
apegado a la ley, se le tildó de áspero y austero, pero, al fin, soldado de la independencia que había luchado
al lado de Bolívar y de José de San Martín. Heres se había distinguido como
gobernador de la Provincia
de Cuenca en el Ecuador, como jefe del Estado Mayor General Libertador,
Secretario General de Bolívar, Ministro de Guerra y Marina y Ministro de Estado
en el Departamento de Gobierno Exterior del Perú, encargado de negocios de la República de Colombia en
Chile, Segundo jefe del ejército del Sur al mando de Sucre, diputado por
Guayana en el Congreso de 1830, Presidente de la Diputación Provincial
de Guayana en 1831, senador del 33 al 34 y finalmente jefe de Operaciones del
Orinoco y Comandante de Armas de Guayana.
Sus restos descansan en el Panteón Nacional. Jamás se supo de la mano artera que le segó
la vida.
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