El 25 de marzo de 1567, las huestes indias de
Guaicaipuro fueron destrozadas por los castellanos de Diego de Losada, en el
vallecito del Río San Pedro.
El Gran Cacique de los Teques y de
los Valles de los Caracas había salido con diez mil indios a cortarle el paso a
los expedicionarios castellanos que formaban toda una abigarrada caravana de
150 españoles, 800 indios de servicio, 4 mil carneros y unas 200 bestias.
Desde que el mestizo margariteño
Francisco Fajardo intentó poblar los fértiles y fríos valles de Caracas, el
Cacique Guaicaipuro había aglutinado a su alrededor a todas las tribus
diseminadas de la región.
A Fajardo lo derrotó y expulsó
de su territorio y a Juan Rodríguez
Suárez, fundador de Mérida, designado por Pablo Collado para poblar el valle caraqueño,
le dio muerte lo mismo que a sus hijos y a 35 hombres que junto con él cumplían
esa misión y explotaban las minas de oro de los Teques.
Guaicaipuro, indio inteligente y
aguerrido, opuesto hasta su muerte a que los extranjeros ocuparan su suelo, viendo
que las lanzas y las espadas de los soldados castellanos predominaban en cada
escaramuza sobre sus armas primitivas, sustituyó su macana por la espada de su
víctima el expedicionario Juan Rodríguez y desde entonces peleó con ella y con
la misma, terca e inútilmente, pretendió derrotar a aquellos hombres que
jineteando bestias enarbolaban el acero contra sus desnudos cuerpos.
Guaicaipuro reunía y reunía todas las tribus, a los Toromaymas, Mariches,
Tarmas y Teques y siempre resultaba vencido por los soldados de Losada. Un día
Losada viendo que sería imposible fundar en paz el Valle de Caracas mientras
que resistiera guerreante la figura del Cacique, comisionó a los mejores de sus
hombres para sorprenderlo en su rancho y atraparlo. El alcalde Francisco Infante
y Sancho de Villar, jefes del asalto, cumplieron su cometido. Guaicaipuro con veinte flecheros que
guardaban su vivienda no se rindió, batalló hasta lo último. Sacudido y acosado
por el fuego con el que los castellanos hicieron arder su choza, salió al
frente con sus armas primitivas, pero más pudieron la astucia y la sorpresa. El
caudillo de la libertad sucumbió bajo el casco y el acero de los
conquistadores.
Murió como lo que era, un verdadero guerrero
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