El 4 de junio de 1830 cayó en la montaña de Berruecos el Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre.
Después de la victoriosa batalla de Tarquí había asistido
a Bogotá para representar a los pueblos del sur en el Congreso Admirable. De regreso a Quito, profundamente decepcionado
por el fracaso de la
Gran Colombia , la intriga y la ambición política, escribe a
su hermano Gerónimo en Cumaná y le expresa su deseo de apartarse para siempre
del teatro de la cosa pública.
Aquello de “apartarse para siempre” fue como un
presentimiento, pues más allá emboscado lo aguardaban los esbirros del
Gobernador del Cauca, José María Obando, un oficial que después llegó a ser dos
veces Presidente de Colombia.
De regreso lo acompañaba una corta comitiva con la que
pernoctó en un lugar denominado "Venta Quemada" y cuentan las
crónicas que de allí salió a menos de las ocho de la mañana del 4 de junio de
1830 y se internó por el camino de la selva de Berruecos.
Debido a lo estrecho del sendero las bestias trotaban una
tras otra. De repente se oyó la voz en
grito de un hombre: “¡General
Sucre!”. Este frenó la cabalgura y al
dar el frente, tres balazos, uno al corazón y dos a la cabeza le segaron la
vida. Eran los esbirros de Obando,
quienes con los rastros cubierto de musgo se camuflaron en la selva para
perpetrar el crimen. El héroe de
Ayacucho sólo alcanzó a decir: “¡Ay,
balazo!!!”.
Su cuerpo permaneció toda la noche en el barro y al día
siguiente humildes campesinos lo llevaron a un prado y al pie de un árbol lo
enterraron envuelto en su capa. Después
fue exhumado por el propio asesino, en nombre de la justicia. El Libertador se hallaba en Cartagena y al
saberlo, exclamó: “Dios Santo, han
matado a Abel”.
Los asesinos de Sucre murieron, unos condenados por la Corte Marcial de
Bogotá, otros envenenados y el General José María Obando, atravesado por una
lanza en el combate de Cruz verde.
no me sirvio
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