El 12 de junio de 1616 Sir Walter
Raleigh obtuvo permiso del gobierno de Inglaterra para expedicionar hasta el nuevo
mundo al encuentro de tierras y riquezas para su Rey.
Sobre la marcha y emocionado por su idea de otra aventura
acariciada al calor de las noticias que del nuevo mundo tenía y llegaban al
viejo continente, organizó una expedición de catorce buques con mil doscientas
quince toneladas y unos mil hombres.
Comandando la expedición iba él a bordo del buque
“Destiny”, rumbo a las Bocas del Orinoco, por donde decían se podía entrar
hacia la dorada Manoa. Su viaje hasta
Trinidad fue expedito pues ya el 6 de febrero de 1595 había expedicionado,
quemado a San José de Oruña y hecho preso al gobernador Antonio de Berrío.
Al llegar a Trinidad donde tuvo que combatir para
posesionarse nuevamente de la isla, enfermó gravemente y adelantó hacia Santo
Tomás de la Guayana
a su hijo Wat y al Capitán Keymes con una fuerza de 600 hombres y cinco navíos.
Diego Palomeque de Acuña, gobernador de la provincia de
Guayana, con sólo 57 hombres, enfrentó a los corsarios, pero murió en el
combate al igual que la totalidad de los defensores de la ciudad. También del lado de los corsarios murieron el
hijo de Walter Raleigh y cuatro oficiales.
El capitán Keymes se suicidaría después por la muerte del hijo más
querido de su jefe. Sir Walter Raleigh,
como se ve, fracasó en esta segunda expedición y su comportamiento deterioró
las relaciones de su país con España, causando serios disgustos al rey Jacobo Primero y a la reina Isabel, su
protectora. Por lo tanto, en aras de la
paz entre ambas naciones. Raleigh fue
preso y decapitado al regresar a su país.
Antes de ir a la guillotina escribió este su epitafio: “Tal es el tiempo depositario de nuestra
juventud, dicha y demás/ y no devuelve sino tierra y polvo/ el que en la tumba
muda y triste/ cuando terminó nuestro camino/ la historia encierra de la vida
nuestra/ de esta tumba, polvo y tierra/ me librará nuestro señor, según confío”.
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