El 4 de mayo de 1493 el Papa Alejandro VI expidió una
Bula dividiendo la América
entre España y Portugal.
Ambos países venían disputándose los extensos territorios
del nuevo mundo descubiertos por Colón y para dirimir la cuestión que ya se
hacía agria, acudieron al Príncipe de la Iglesia que para esos tiempos mantenía una guerra
despiadada contra los grandes señores de Italia.
Tratándose de dos naciones eminentemente cristianas nada
más conducente que el Papa Alejandro sirviera de árbitro en el conflicto, de
manera, que pensándolo bien decretó en una bula que España y Portugal
compartieran las empresas marítimas y estableció una línea demarcatoria que
un año más tarde quedó modificada por el
llamado Tratado de Tordesillas firmado en la villa castellana del mismo nombre,
el 7 de junio de 1494, entre los Reyes Católicos y Juan II de Portugal.
El Tratado de Tordesillas modificaba la bula del Papa y
fijaba los límites de ambos imperios coloniales con una línea que iba de Norte
a Sur por el Océano Atlántico, a 370 leguas al Oeste de las islas de Cabo
Verde. Todas las tierras que se
descubrieran al Este de esta línea corresponderían a Portugal y las que se
descubrieran al Oeste de la misma, pertenecían a España.
Diez años después del descubrimiento de América, los
españoles habían reconocido gran parte de las islas y costas continentales del
Mar Caribe y el Golfo de México, pero al mismo tiempo, los portugueses
exploraban hacia el Sur y, bajo la protección de Francia e Inglaterra, otros
navegantes hacían nuevos descubrimientos por el norte.
De las potencias europeas que actuaron en la conquista
del Continente Americano fue España la que mejor cuidó de sus posesiones y
gracias a la acción civilizadora de sus misioneros logró establecer bases y
lazos muy firmes. La Revolución Francesa
y la invasión de España por Napoleón favorecieron a la larga la autonomía de
todas las naciones que conforman el vasto territorio de las Américas.
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