sábado, 27 de julio de 2013

Guaicaipuro


El 25 de marzo de 1567, las huestes indias de Guaicaipuro fueron destrozadas por los castellanos de Diego de Losada, en el vallecito del Río San Pedro.
            El Gran Cacique de los Teques y de los Valles de los Caracas había salido con diez mil indios a cortarle el paso a los expedicionarios castellanos que formaban toda una abigarrada caravana de 150 españoles, 800 indios de servicio, 4 mil carneros y unas 200 bestias.
            Desde que el mestizo margariteño Francisco Fajardo intentó poblar los fértiles y fríos valles de Caracas, el Cacique Guaicaipuro había aglutinado a su alrededor a todas las tribus diseminadas  de la región.
            A Fajardo lo derrotó y expulsó de  su territorio y a Juan Rodríguez Suárez, fundador de Mérida, designado por Pablo Collado para poblar el valle caraqueño, le dio muerte lo mismo que a sus hijos y a 35 hombres que junto con él cumplían esa misión y explotaban las minas de oro de los Teques.

            Guaicaipuro, indio inteligente y aguerrido, opuesto hasta su muerte a que los extranjeros ocuparan su suelo, viendo que las lanzas y las espadas de los soldados castellanos predominaban en cada escaramuza sobre sus armas primitivas, sustituyó su macana por la espada de su víctima el expedicionario Juan Rodríguez y desde entonces peleó con ella y con la misma, terca e inútilmente, pretendió derrotar a aquellos hombres que jineteando bestias enarbolaban el acero contra sus desnudos cuerpos. Guaicaipuro reunía y reunía todas las tribus, a los Toromaymas, Mariches, Tarmas y Teques y siempre resultaba vencido por los soldados de Losada. Un día Losada viendo que sería imposible fundar en paz el Valle de Caracas mientras que resistiera guerreante la figura del Cacique, comisionó a los mejores de sus hombres para sorprenderlo en su rancho y atraparlo. El alcalde Francisco Infante y Sancho de Villar, jefes del asalto, cumplieron su cometido.  Guaicaipuro con veinte flecheros que guardaban su vivienda no se rindió, batalló hasta lo último. Sacudido y acosado por el fuego con el que los castellanos hicieron arder su choza, salió al frente con sus armas primitivas, pero más pudieron la astucia y la sorpresa. El caudillo de la libertad sucumbió bajo el casco y el acero de los conquistadores.

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