El 5 de julio de 1811 en la Capilla de la iglesia de
San Francisco en Caracas, los representantes de las provincias de Caracas,
Cumaná, Margarita, Barcelona, Barinas, Mérida, y Trujillo, firmaron el acta por
medio de la cual se declaraba la
independencia de Venezuela.
Treinta diputados provincianos, de
los cuarenta y cuatro designados, reunidos en el sagrado recinto, deliberaron
sobre la trascendente materia de la
independencia. Sólo el diputado de la Grita , Manuel Vicente Maya,
tuvo la intemperancia de salvar su voto.
Otros como el diputado Roscio, dubitaron ante la magnitud del acontecer,
pero hombres como Miranda, Yánez, Peña, respondieron y defendieron con ardor los derechos
inalienables de los venezolanos.
El Presidente del Congreso Nacional,
Juan Antonio Domínguez, tuvo el honor histórico de declarar solemnemente la Independencia de
Venezuela, coronando de esta manera el acto cívico del 19 de abril de 1810,
cuando el pueblo expresó su voluntad de gobernarse así mismo. El 19 de abril y el 5 de julio,
complementarias ambas, constituyen el prefacio de muchos episodios cruentos y
difíciles que se libraron en los campos de batalla para hacer de Venezuela un
pueblo libre y soberano.
La declaración de nuestra libertad y
soberanía, con relación al dominio español, no fue suficiente, hubo que librar
guerras de varios años, a la cabeza de las cuales brilló siempre el genio de Bolívar. Pero las luchas intestinas que sobrevinieron
después, afloradas por la ambición política, enervaron los preciosos dones de
la libertad y la soberanía, dando lugar a influencias extrañas en lo económico,
ideológico, espiritual y político que empañan realmente esas conquistas. ¡Nos preguntamos si aún somos verdaderamente
libres o si todavía falta por ganar muchas batallas!
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