El 15 de agosto de 1805 Bolívar hizo en el monte Aventino
de Roma el juramento de consagrarse a promover la independencia de su
patria. A una de esas siete colinas
cercanas al Tíber había llegado en compañía de su gran maestro don Simón
Rodríguez. Y allí junto con don Simón
pasó revista a la historia de la plebe romana que tomó aquel sitio como bastión para luchar contra sus opresores los patricios y allí inspirado
por aquella rebelión que frustrara Menenio Agripa, pronunció su juramento.
Bolívar estaba desesperado, angustiado, confuso. Su esposa María Teresa había muerto en su
patria de una fiebre perniciosa y de allá se había vuelto de nuevo para andar
de un sitio a otro de Europa gastando su fortuna en una suerte de evasión de
aquel dolor que lo atormentaba y consumía.
Aquella muerte Bolívar no la comprendía. Don Simón lo trabaja como en los primeros
tiempos y hace de nuevo que se inflame su espíritu republicano.
Antes en París Bolívar había hablado con Humboldt y
Bonpland que regresaban luego de una expedición por América.
El futuro Libertador se entusiasma con las noticias de
que en todas las colonias americanas se incuba aceleradamente el germen de la
rebelión. Don Simón sabe del
temperamento de Bolívar, de su
imaginación volátil y ve que el Monte Aventino a donde se retiraron en un
tiempo los plebeyos para rebelarse contra la autoridad de los patricios, es un
buen motivo para hacer que Bolívar se inflame y jure: “Juro
ante usted; juro por el Dios de mis padres, juro por ellos; juro por mi honor y
juro por la patria, que no daré descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta
que no haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del pueblo español”
Veintitrés años después, en 1828,
estando en Bucaramanga, cuando prácticamente había cumplido su juramento,
comentaba a sus amigos: “Si no hubiera enviudado, quizás mi vida
habría sido otra; no sería el genial Bolívar ni el Libertador; aunque convengo
en que mi genio no era para ser alcalde
de San Mateo...”
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