El 13 de agosto de 1829, el Libertador, quien se halla enfermo en Guayaquil a causa de un
ataque nervioso y bilioso, escribe dos cartas, una a Estanislao Vergara y otra
para Pedro A. Herrán, amigos que le informan siempre de todo cuanto pasa en
Colombia y de lo que se dice en contra de su persona.
Bolívar no soporta que lo critiquen por mampuesto y que
se digan cosas dañosas a su gobierno.
Cuando las críticas lo abruman sin límites ni frenos casi lo sacan de
quicio y ve con dolor cuando las mismas prosperan sin que los colombianos
salgan enérgicamente en su defensa.
Por eso cuando escribe a su amigo el doctor Vergara habla
del “silencio, la apatía y la indiferencia” de sus conciudadanos que tanto lo desespera
y “mucho más – agrega – cuando he visto que ni aún contestan a las atroces
calumnias con que se me acuchilla porque he querido librarles solamente de la
ruina general. Pero en fin, yo ayudaré a
Colombia y a mis amigos hasta donde sea posible; mas es preciso que se hagan
cargo de las cosas que interesan a ellos exclusivamente y que las manejen con
todo el celo que demanda a un asunto tan importante. En tal virtud, yo exijo también de usted, se
lo ruego una y mil veces, que escriban y coadyuven a formar y uniformar
sólidamente la opinión pública y a combatir y a destruir con tantas razones,
con tantos y tan infinitos y preciosos materiales de que abundamos las que se
provoquen en contrario; solo yo, ¿qué podré hacer?.
Lo mismo escribe el general Pedro Herrán: “¿que podré yo hacer con nuestra gente, que
lo observo más apática cada día y más indiferente a nuestra suerte? Yo veo que
nadie toma el interés que se debe por la causa pública, que nadie escribe, y que
públicamente nada se hace por lo que a ellos, más que a mí, debiera interesar
tanto. En fin, haga usted que el doctor
Cuervo escriba y que todos inflamen la opinión pública”.
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