viernes, 14 de junio de 2013

Los restos de Colón



            El 9 de septiembre de 1544 llegaron a Santo Domingo los restos de Cristóbal Colón, descubridor del Nuevo Mundo, y quien 38 años atrás (1506) había muerto en Valladolid.
            Se cumplía de esta manera la voluntad testamentaria del Almirante que deslumbró a la humanidad aportando a su inteligencia la existencia de un mundo virgen y exuberante del que hasta entonces  nadie sabía.
            Los restos fueron inhumados en la Catedral de Santo Domingo y allí reposan desde entonces confundidos con la tierra feraz y tropical que por primera vez pisó y colonizó y en la que también llegó a padecer en el curso de la odisea que más recuerda la historia.  Santo Domingo y Haití eran entonces para Colón “La Española” o “La Hispaniola”.
            Colón murió años después de su último y cuarto viaje que hiciera en compañía de su hijo Fernando, de 12 años.  Fue indudablemente el viaje más duro y borrascoso de su vida  de descubridor y navegante.  En su tercer viaje cuando descubrió las costas de Venezuela, desde Paria hasta la Vela de Coro, también le había ido mal, pues llegando a La Española fue recibido con un par de grillos y regresado a Europa.
            Al final de su cuarto viaje, cuando navegó más hacia el este tratando inútilmente de darle la vuelta  al mundo, quedó aislado en Jamaica durante un año y sin posibilidades de salir de allí porque sus bajeles habían todos naufragados y su tripulación lo había abandonado.  Los indios lo atacaban constantemente y lo habrían hecho morir de hambre si a Colón no se le ocurre el ya conocido truco del eclipse, con el que hizo caer en sumisión a los más hostiles nativos.  Pudo salir de Jamaica, gracias a la riesgosa travesía que hiciera un amigo en una canoa hasta Haití para informar a las autoridades de  su penosa situación y la de su hijo.  Uno de los bajeles de expediciones que periódicamente venían de España lo recogió de regreso.  Vivió sus últimos días en Valladolid, abandonado hasta de sus propios amigos.  Cuando murió, con excepción de su familia y vecinos, nadie lo supo.  La humanidad que tenía los ojos fijos en la magnitud de su obra, lo creía ausente de España, navegando por mares desconocidos, descubriendo inmensos territorios  que parecían edenes y los que nunca imaginó como el continente de hoy.


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